Maintenant by Arthur Cravan

Maintenant by Arthur Cravan

autor:Arthur Cravan [Cravan, Arthur]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Comunicación, Arte, Crónica, Memorias, Poesía, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


POETA Y BOXEADOR

¡Iuuuju! En 32 horas partía para América. De regreso de Bucarest, después de sólo 2 días ya estaba en Londres y había encontrado al hombre que me faltaba: el que iba a pagar por todos los gastos de traslado para una gira de 6 meses, sin garantía, ¡por ejemplo!, pero eso me importaba un pito. Y además, ¡¡¡no iba a engañar a mi mujer!!!, ¡mierda! Y además, no adivinarán nunca lo que yo debía hacer: debía luchar bajo el seudónimo de Mysterious Sir Arthur Cravan, el poeta con los cabellos más cortos del mundo, nieto del Canciller de la Reina, naturalmente, sobrino de Oscar Wilde, renaturalmente, y sobrino nieto de Lord Alfred Tennyson, rerenaturalemente (me vuelvo inteligente). Mi lucha era algo completamente nuevo: la lucha del Tibet, la más científica de todas, mucho más terrible que el jiu-jitsu: una presión sobre un nervio o un tendón cualquiera y ¡chau!, el adversario [que no estaba comprado (sólo un poquito)] ¡caía como fulminado! Era para morirse de risa: ¡Iuuuju! Sin contar que eso podía ser oro en barras, ya que había calculado que si la empresa marchaba bien podía reportarme unos 50.000 francos, que no es para despreciar. En todo caso, era mucho mejor que el truco de espiritismo que había comenzado a montar.

Yo tenía 17 años y estaba en la villa y volví para darle la noticia a mi esposa que se había quedado en el hotel, con la esperanza de sacar alguna cosa, con dos estúpidos de carne aburrida, una especie de pintor y un poeta (rimemos, rimulo: tu nariz en mi culo) que me admiraban (¡no me digas!) y me habían aburrido durante cerca de una hora con historias sobre Rimbaud, el verso libre, Cézanne, Van Gogh, bla, bla, bla, creo que Renan y no sé qué más.

Encontré a Madame Cravan sola y le conté lo que me había sucedido, al tiempo que hacía mis valijas porque había que apresurarse. Plegué, en dos tiempos, tres movimientos, mis medias de seda de 12 francos el par que me igualaban a Raoul le Boucher[17] y mis camisas que arrastraban restos de aurora. A la mañana, le di mi garrote tornasolado a mi mujer legítima, después le entregué cinco frescas abstracciones de 100 francos cada una, luego me fui a hacer mi pipí de caballo. A la tarde, toqué algunos trulalás en mi violín; besé a mi bebé, y les hice mimos a mis bellos niños. Luego, esperando la hora de la partida, y pensando en mi colección de estampillas, aplasté el suelo con mis pasos de elefante y balanceé mi melón espléndido al tiempo que respiraba el inolvidable y generalizado perfume de mis pedos. ¡18.15! ¡Fuitt! ¡Abajo por las escaleras! Salté a un taxi. Era la hora del aperitivo: la luna inmensa como un millón se parecía mucho a una pastilla digerida para los lumbagos azules. Yo tenía 34 años y era cigarro. Había plegado mis dos metros en el auto donde mis rodillas acercaban dos mundos vidriados y



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